Los multimillonarios tecnológicos, que ya han invertido mucho en la exploración espacial, ahora están considerando la órbita terrestre baja como una nueva frontera: los centros de datos. Impulsadas por la insaciable demanda de potencia de procesamiento de la IA, empresas como Google y nuevas empresas como Aetherflux están proponiendo flotas de satélites para albergar estas instalaciones. Esto no es simplemente un capricho futurista; es una respuesta directa a los crecientes costos y limitaciones de la construcción de centros de datos masivos en la Tierra, que consumen grandes cantidades de tierra, agua y energía.
La lógica detrás de los centros de datos orbitales
La idea central es simple: aprovechar la energía solar ilimitada en el espacio. A diferencia de los centros de datos terrestres que dependen de redes eléctricas sobrecargadas, los satélites en órbita heliosincrónica pueden, en teoría, acceder a energía continua y abundante. Esto sería una gran ventaja para las cargas de trabajo de IA, que son notoriamente consumidoras de energía. Pero el camino hacia el dominio orbital está lejos de ser fácil.
SpaceX de Elon Musk, Blue Origin de Jeff Bezos y Google ya están girando hacia la computación basada en el espacio. En noviembre de 2024, Nvidia lanzó un satélite equipado con GPU H100 a través de SpaceX, y China desplegó una docena de satélites de supercomputadoras a principios de este año. El Proyecto Suncatcher de Google, previsto para 2027, prevé un grupo de 81 satélites diseñados para funcionar al unísono, utilizando láseres para conectar chips de TPU en lugar de cableado terrestre.
El escepticismo de los científicos espaciales
Muchos profesionales espaciales siguen siendo cautelosos. El astrónomo Jonathan McDowell, que sigue todos los lanzamientos de satélites desde finales de los años 1980, señala el enorme coste que supone poner algo en órbita. Sugiere que algunas empresas están impulsadas por el atractivo de que “el espacio es genial”, más que por una necesidad genuina de infraestructura orbital.
El mayor desafío son los desechos orbitales. La órbita sincrónica con el Sol, favorecida por su constante luz solar, también está repleta de “un campo minado de objetos aleatorios” que se mueven a 17.000 mph. El grupo de 81 satélites de Google requeriría maniobras constantes para evitar colisiones, una tarea que consume combustible e introduce nuevos riesgos. McDowell señala que coordinar el movimiento de un cúmulo completo no tendría precedentes, ya que la mayoría de las naves espaciales operan individualmente.
Los obstáculos técnicos
Más allá de los escombros, hay otras cuestiones importantes. La disipación de calor en el vacío es una preocupación importante, y empresas como Starcloud dependen de paneles infrarrojos y blindajes pesados para proteger los componentes electrónicos sensibles. Aún más desafiante es la posibilidad de que la contaminación lumínica interfiera con la investigación astronómica, un punto planteado por el Centro de Ambientalismo Espacial.
Además, el mantenimiento del hardware espacial es mucho más complejo que en la Tierra. Las reparaciones de rutina son casi imposibles y la perspectiva de un repostaje o reorientación robótica sigue siendo en gran medida teórica.
Las implicaciones a largo plazo
A pesar de estos obstáculos, es probable que continúe la tendencia hacia los centros de datos espaciales. El plan de Google y Aetherflux se lanzará en 2027, mientras que Starcloud apunta a aumentar la producción para 2028. La pregunta no es si esto sucederá, sino cómo.
El desafío clave para la industria, como lo plantea el científico espacial Mojtaba Akhavan-Tafti, es la sostenibilidad: “¿Cómo mantenemos la órbita terrestre baja abierta para los negocios durante las generaciones venideras?” La respuesta puede estar en regulaciones más estrictas, sistemas innovadores para evitar colisiones y un cambio fundamental hacia una gestión espacial responsable.


















